22 de abril de 1867
A M. L. Campbell, enviado estraordinario etc.
SAN LUÍS DE POTOSÍ 22 de Abril 1 867.-Señor: He tenido el honor de recibir ayer la comunicación que me habéis enviado de Nueva Orleáns el 6 del corriente, y me indicáis que por razones fáciles de comprender, no habíais venido á presentar al presidente de la República vuestras credenciales, como enviado especial y ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, y que habéis permanecido en Nueva Orleáns desde el mes de Diciembre último.
El gobierno de la República lamenta que esas razones os hayan impedido venir á presentar vuestras credenciales para comenzar el ejercicio de vuestras funciones, porque le hubiese sido muy agradable al gobierno el recibiros en vuestra cualidad de representante de los Estados-Unidos.
También me manifestáis que la satisfacción con que el gobierno de los Estados-Unidos vio la retirada de los franceses de Méjico, había sido perturbada por las noticias que había recibido respecto á la severidad empleada con los prisioneros de guerra cojidos en San Jacinto; y me hacéis saber al propio tiempo, que el deseo del gobierno de los Estados-Unidos es que, en el caso de que se cogiera á Maximiliano y sus partidarios, fuesen tratados con humanidad como prisioneros de guerra. Deseando los enemigos de la República producir una impresión desfavorable contra ella, se han esforzado por desnaturalizar los hechos, estendiendo rumores erróneos respecto á los prisioneros de San Jacinto.
La mayor parte de estos, en número considerable, fueron perdonados; pero, en efecto, se castigó á algunos otros. No fueron mirados simplemente como prisioneros de guerra, sino como criminales contra las leyes de la nación y contra las de la República. Ellos se habían entregado á toda suerte de escesos en la villa de Zacatecas, y combatían como filibusteros, sin patria, sin bandera, como mercenarios pagados para verter la sangre de los mejicanos que defendían su independencia y sus instituciones; y cierto número de estos estranjeros, cojidos en San Jacinto, fueron conducidos á Zacatecas, en donde fueron tratados con benevolencia, como lo son y han sido todos aquellos que no tienen contra sí circunstancias muy agravantes.
La conducta invariable del gobierno de la República, y la observada por los oficiales de su ejército, ha sido respetar la vida de los prisioneros hechos en las tropas francesas, tratándolos con la mayor consideración; pero por su parte, y de orden de su jefe principal, han asesinado frecuentemente á los prisioneros de las tropas republicanas.
Muchas veces, sin aguardar á la formalidad del cange, los prisioneros franceses han sido puestos generosamente en libertad; y á ,a su vez algunos oficiales franceses de alta graduación, han reducido á cenizas ciudades enteras, otras han sido diezmadas por lo que se llamaba correrías marciales, y algunos, por una simple sospecha, han condenado á muerte á personas indefensas, á ancianos incapaces de hacer armas contra ellos, sin la más ligera forma de juicio. Sin embargo de todo, el gobierno de la República y sus oficiales generales, lejos! de tomar las represalias, á lo cual se les provocaba, han observado siempre la conducta más humana, dando constantemente ejemplo de una gran generosidad. Por este proceder, la causa republicana de Méjico se ha reconciliado las simpatías de todos los pueblos civilizados.
Después de la marcha de los franceses, el archiduque Maximiliano ha querido continuar vertiendo la sangre de los mejicanos. A esepción de tres ó cuatro ciudades dominadas por fuerza, ha visto á toda la República levantarse contra él, y sin embargo de esto, ha querido continuar la obra de desolación y de ruina empeñándose en una guerra civil sin objeto, rodeándose de algunos hombres conocidos por sus depredaciones, por sus asesinatos y por la parte principal que han tenido en los males que aflijen á la República.
En el caso de que estas personas, sobre las cuales pesan tales responsabilidades, fueran capturadas, no me parece que podrían ser consideradas como simples prisioneros de guerra, porque sus responsabilidades son de aquellas que están definidas por las leyes de la nación y las leyes de la República.
El gobierno, que ha dado numerosas pruebas de sus principios y de sus sentimientos de humanidad, tiene también la obligación de mirar, atendiendo á las circunstancias particulares de cada caso, lo que exijen los principios de justicia y los deberes que tiene que cumplir para hacer el bien del pueblo mejicano. El gobierno de la República espera que con la justificación de sus actos, continuará obteniendo las simpatías del pueblo y del gobierno de los Estados-Unidos, que han sido y son considerados en la más alta estima por el gobierno de Méjico.- SEBASTlÁN LERDO DE TEJADA.
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